Well-ordering (XLIV)

Digamos que la diferencia entre la verdad y la mentira (ambos nombres dichos en un sentido lo más amplio posible), sea el lugar en el que se encuentra aquello de lo que se predican: o sólo en la mente, o además en el mundo del presente o pasado. El hecho de la comprobación de si lo que está en la mente también está o ha estado en el mundo (prueba en la que muy probablemente habría que basar el uso eventual de cualquiera de los apelativos), no debería ni presuponer la verdad o mentira de esta pareja de nombres, ni implicarla. Se diría que la clasificación verdad/mentira es válida aunque sus conjuntos estén o vacíos, o llenos o como sea. Esto, aunque parezca disparatado, no hace sino honor a una clasificación ancestral y cuya funcionalidad no es ahora objeto de examen.

La primera cosa que querría ahora añadir al conjunto de la verdad es la afirmación de que el hombre no ha hecho el Universo (dicho también este nombre en su sentido más amplio posible). Supongamos por lo tanto lo siguiente: Nosotros no hemos hecho la especie humana. Así mismo, tampoco habríamos hecho a los demás seres humanos que nos rodean; ni los sentidos humanos por los que nos parece distinguir a otros seres humanos a nuestro alrededor; y no sólo a los otros seres humanos que distinguimos, sino a los demás seres vivos que también nos parece distinguir; y así, tampoco habríamos hecho ninguna de las cosas, excepto las artificiales, que nos rodean. Entonces, computando un poco, diría que en el conjunto de la verdad habrían quedado incluidas dos cosas: que el hombre no ha hecho algo; y un algo que es el Universo (dicho en el mismo sentido más amplio de su significado).

Seguidamente, querría preguntarme si la obligación de respetar lo que nos rodea (dicho también esto de respetar en el más amplio sentido de la palabra) es verdad o mentira. Pero antes de continuar, quisiera aclarar que tanto las afirmaciones sobre que el hombre, o algún hombre, haya hecho el Universo, junto con la alternativa de que nada lo haya hecho; como la otra afirmación de que no existe ningún algo (entiéndase este pronombre en su sentido más amplio posible), quedan todas, a simple voluntad propia, fuera del conjunto de la verdad: vamos, que son mentira.

Entonces, nos queda estar obligados (en términos generales, como si se entendiese que se puede hacer lo contrario a lo que de hecho ocurre). Porque, ¿Quién no ha dado nunca una orden? Y no me refiero a dársela, en el peor de los casos, a uno mismo, sino a una orden a otra persona. En este sentido, ¿no queda claro que si ordenas algo es porque crees en la obligación? Quiero decir, que si pensases que la obligación es mentira, ¿para qué nos íbamos a molestar en dar órdenes? ¿no se opone por alguien que lo que se hace es lo que tiene que pasar? Con todo, estaríamos afirmando que admitir que somos libres, es casi lo mismo que admitir que tenemos obligaciones. En este sentido, ¿podríamos afirmar que somos libres pero que no tenemos obligaciones? Como ya se dijo en otra ocasión, parecería precisamente que eso se afirma al decir que somos libres: que no tenemos obligaciones. Sin embargo, aunque ser libres no equivalga a tener obligaciones (por ejemplo en cuanto a hacer el futuro); con relación al hecho de poder hacer simplemente otra cosa (prevista), la obligación es una consecuencia de la libertad. O sea, es como que si se tienen obligaciones es porque se es libre; y como que si no se tienen obligaciones, entonces es que no hay nada previsto. Para aclararnos, se está hablando de dos conceptos distintos: uno el de la libertad como movimiento hacia lo desconocido; otro el de la libertad como movimiento hacia lo reconocido. En uno no existen las obligaciones, en el otro son necesarias. Esto es, respecto de la obligación de respetar a los demás, queda entendido que se trataría del ámbito donde las cosas se mueven entre lo previsto, y donde la libertad se corresponde con obligaciones.

Si el deseo es libre, la forma de alcanzar su objeto es una cadena de obligaciones. En este sentido (y a la manera del anteriormente descrito mundo reconocible), se dice que somos libres , porque podemos elegir los objetos de nuestro deseo: aunque hasta alcanzarlos nos veremos obligados. Afirmar, por lo tanto, que todos debemos respetar a los demás, pasa por reconocer que detrás de esto hay algún deseo que todos quieren alcanzar. Esto podría ser fácil de entender si dijésemos que para alcanzar el objetivo, por ejemplo, de ser inmortales, hay que respetar a los demás. El caso es que, sea cual fuere el mismo objeto al que sirva toda obligación de respetar a los demás, será cierto que habremos de cumplirla.

Pero la cuestión, como es obvio, se despierta más bien para determinar el objeto al que sirve la obligación; y sobre todo, en si al eludir esa obligación se debe responder de algo y ante quién, o sólo se sufre la pérdida de la consecución del deseo.

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