Qué es el comunismo - 22

Claro que el dinero y el bolsillo no son lo mismo que el capital y la bolsa. Sin embargo las distinciones no valen nada si no nos permiten el intercambio con cada una de sus partes. Yo puedo afirmar que el cielo y la luz son cosas distintas, pero ¿esa no sería la base para seguidamente establecer una relación particular y separada con la luz o con el cielo? Yo debo preguntarme si con el bolsillo tengo que relacionarme de forma distinta que con la bolsa. Porque en la medida que lo del bolsillo alimente lo de la bolsa, o al revés, no intercambiaré con ellos por separado sino unidos: ¿Se alimenta la bolsa del bolsillo? ¿Se alimenta el bolsillo de la bolsa? ¿Comen cada uno de su plato? Digamos de momento que ambos comen lo mismo: dinero. Digamos también que la cocina de la moneda ofrece una amplia variedad de productos: desde el básico pedazo de carne, hasta la humeante promesa de una deuda, pasando por un trozo de metal, papel o dígito. Claro que una cosa es de lo que se alimenta uno, y otra el qué hacemos con nuestro peso. Como todo, cuando del ser humano se trata, si te centras demasiado te pierdes.

Para mucha gente la vida es muy cara. Esto significa que por mucho que no lo piensen, nadie les da casi nada. Digo mucha gente, porque dos, tres, cuatro, cinco o seis mil millones de seres humanos viven con casi nada. Y porque tantos con eso tengan vida, esto no significa que la vida sea nada; sino que hay mucho que no les sobra. Porque todo lo que no tiene esta gente, lo ha vendido. No es que un pobre haya vendido un Rolex; es que con su tiempo, el pobre, no tenía otra cosa que hacer más que sin sobrarle, tenerlo. Este es el día a día de cada uno de los que no tienen casi nada: que no les sobra ni un segundo de cada uno de los que tienen. Así se distribuye el tiempo; que con tanto como el que sumamos, hemos fabricado tantas cosas como estrellas podemos contar.

Pero con todo, las cosas son muy caras para muchos. De hecho, para muchos, lo que fabrican con el tiempo que tienen cuesta un precio que no pueden pagar. Y es que, a pesar de que nadie fabrique él solo un Rolex, tampoco nadie, gana por sí sólo lo que cuesta: Lo de los precios, es un tema de Justicia. Que no es un tema de vida, porque se vive con muy poco; ni es un tema de riqueza, porque los bienes más preciados se adquieren sin moneda. Es un tema de Justicia.

Cuando se trata de Justicia, se ha de reconocer que hay mucha gente, tanta o mucha más que los que no tienen casi nada, que piensa que la Justicia es un sueño; que no vale para nada; que depende de cómo lo mire cada uno; o que es la Ley del más fuerte. Esto tampoco significa que no haya Justicia porque, de tantas que hay, no haya de ser ninguna; sino que la Injusticia se extiende a todo el mundo.

Cuando uno no puede pagar el precio, se queda fuera. Es como decir que no tiene ningún derecho. Es que cada cosa tiene su precio. Aunque, como se sabe, hay cosas que no tienen precio, como el aire o el agua del mar. Y eso que existen opiniones, y muy sesudas, que sostienen que en el fondo todo tiene su precio. Porque, hasta en lo relativo al aire, si queremos respirarlo, dirían algunos muy extremados, se deberá a cambio una actitud, o, con otras palabras, una especie de "precio" (que hemos de pagar). Que creo que tiene su sentido hablar así. Pero también tiene el suyo decir que el aire no tiene precio. Porque, aunque suponiendo que respirar nos exija una "obligación" (comportamiento, actitud, etc.), resulta que nosotros mismos seríamos el acreedor. Quizá cabría decir que un precio supone propiamente una obligación, donde acreedor y deudor serían personas distintas. Y, cuando tuviésemos obligaciones, relativas a cosas como respirar el aire, donde "el precio" nos lo debiéramos a nosotros mismos, quizás cabrá más propiamente hablar de bienes naturales (o de males naturales si incumplimos).

Pero el precio de las cosas indica a cambio de qué (o de cuánto), quien las tiene empieza a estar obligado a darlas. Al respecto, no nos alejaremos mucho de la verdad si decimos que todo el mundo está obligado a dar algo. Ni tampoco nos alejaremos mucho si decimos que, no sólo todo el mundo ahora, sino todo el mundo siempre: En todo el pasado y en todo el futuro. Supongamos entonces un recién nacido ¿Qué está obligado a dar? Y es que desde su primer llanto, ha de estar pagando cada servicio que recibe. Y no solo los que viene a recibir, sino que hay muchos otros servicios que ya va a necesitar en el futuro y respecto de los cuales ya está en el presente obligado a dar algo a cambio. 

Distingamos los tipos de obligaciones. Porque unas están documentadas y otras no; unas se miden con monedas y otras no… Además, respecto de la obligación, digamos que una cosa es su naturaleza y otra la forma que le damos los seres humanos.

Sobre su naturaleza, ya se ha dicho que la obligación es esencial en el ser humano. La vida humana comprende necesariamente el estado de obligación. El individuo humano vive obligado. Se insiste en que se trata de un "estado de obligación" (del que ahora se habla), diferente al de las obligaciones como la antes referida de la respiración ("funciones biológicas"). Se está hablando de una obligación relativa a intercambios entre individuos humanos. Quizás esas otras, como la de respirar, se deberían distinguir por referirse a intercambios entre cada individuo y su medio ambiente.

El omnipresente intercambio de cosas con el que todo transcurre puede ayudar a entender la naturaleza de esta esencial obligación humana de la que se habla. Para nosotros, hablar de individuos, de objetos, de sujetos, cosas, elementos, átomos, etc., supone reconocer tanto la pluralidad, como el fenómeno del intercambio. El mundo es impensable sin tener en cuenta que unas cosas y otras están permanente intercambiando otras cosas entre sí. Se mire a las cosas más pequeñas o a las más grandes, se verá que ni en unas se detiene el intercambio de electrones (por ejemplo); ni tampoco el intercambio de volumen, por expresarlo así, en las otras. Pongamos por ejemplo un planeta: ¿acaso siempre ha sido el mismo o era igual de grande o de pequeño hace miles de millones de años?

Entre personas, el intercambio también es incesante. Muchas veces por dinero y muchas no. Además, el intercambio, tal y como ahora es aludido, no indica sólo procesos recíprocos, sino que también hace referencia a operaciones de "un sentido", en las que "unos simplemente dan a otros". Estos intercambios humanos, también forman parte del "transcurrir del todo". En este sentido, cabe decir que el ser humano vive por medio del intercambio.

Baste lo dicho respecto de la naturaleza del estado de obligación (del que se viene hablando). Y comentemos brevemente sobre la forma que, como seres libres que somos, conferimos a esa obligación propia de nuestra vida.

La idea que se quiere reflejar con la expresión de "la forma que le damos", es la de la intervención de nuestra voluntad individual. Al hablar de la naturaleza de aquella obligación, como se ha hecho, se la estaba tratando como fenómeno causado por la Naturaleza. Pero, igual que los seres humanos estamos obligados a respirar pero cada uno respira de una forma distinta, también se cree que a la naturaleza del intercambio humano le corresponderá una forma personal. Y al respecto, quizás lo más significativo en materia de "estar obligados a dar" (o recibir), sea la cuestión de "a quién" (o de quién).

En primer término, la "forma que le damos" al estado de obligación propio de nuestra vida, vendría condicionada por la capacidad de elección sobre la persona a quien damos. O sea, quede dicho que, por naturaleza, siempre estamos obligados a dar a alguien; y que, debido a nuestra libertad, somos capaces de elegir a quien. Esto sería un esquema general. Ahora bien ¿se podría eliminar mediante la fuerza la capacidad de elección, de forma que a uno se le obligase a dar exclusivamente a otro? ¿Contradeciría esta violencia el anterior esquema general? Parece que más bien lo confirmaría porque, al fin y al cabo, el que ejerce la violencia no hace sino elegir a quien se da, proporcionando con ello la forma al estado de obligación.

En un segundo y posteriores términos, se encontrarían otros factores determinantes de la forma. Entre estos últimos, vale citar algunos como el tiempo en el que la obligación se cumplirá, la manera de cumplirse, la cantidad de cosas con las que se cumplirá, o los relativos a las exigencias y expectativas que se ponen al dar.

En cuanto a los tipos de obligaciones, la principal división que se propone es la que respondería a su sentido. Caben opciones distintas tanto si se observa la obligación desde el que da como desde el que recibe. Digamos que, cada uno, "vive" el dominio de la operación de una forma distinta. Pero en ambos casos, el estado de obligación es el mismo: Porque se encuentra en el transcurrir que tiene la naturaleza del todo, se dé o se reciba, se está obligado a hacerlo. Digamos también que para ejercer dominio sobre la operación, podrían contar algunas cosas como "lo que se tiene" y "lo que se quiere" (esto último con la connotación de la idea de "necesidad" subjetiva). Por ejemplo, quien más "quiere algo", deseará que aquel que lo tenga "lo quiera tener" menos. Pero, se ha de insistir de nuevo que toda la tensión se produce porque las cosas deben estar en movimiento. Así, las cosas podrán ser tenidas o queridas, pero al igual que nosotros mismos, siempre van a verse forzadas a transitar. Tener, o no tener, depende de que se retengan o no se retengan. Y mientras existe una dinámica natural de las cosas, siendo que éstas están sometidas a un impulso ajeno a nuestra voluntad, se someten también a la dinámica que les imprimimos nosotros. En este sentido se podría decir que cuando nuestra fuerza se adecúa al impulso natural, las cosas transitarían conforme a su naturaleza. Pero esto último no se va a afirmar, porque no se está hablando ni sobre el significado del deber ser, ni sobre su contenido. Lo que se quiere decir es que mientras las cosas se tienen por nosotros, éstas, como todo lo demás, tienden a "cambiar de manos". Y que mientras esto pasa, también nosotros tendemos o a hacerlas "cambiar de manos" o a retenerlas. 

Las cosas que tenemos o que queremos tener, pueden ser más o menos de las que tuvimos, tendremos, quisimos o querremos. Esto es una medida que está siempre asociada a las cosas con las que nos relacionamos. Asimismo, cuando se habla de exceso o de escasez de cosas (que tenemos o tuvimos), se está haciendo relación a aquella medida. Por ejemplo, si uno dice que tiene un exceso de zapatos, se ha de entender denotada una cierta cantidad que se tenía, quería o querría.

Nosotros podemos querer cosas que en particular tienen o quieren otros, o cosas que existen en general pero que todavía han de hacerse. Incluso podríamos querer cosas que ni existen ni quiere nadie pero que nosotros mismos hayamos creado en la mente. Respecto de las cosas que tienen otros, uno mismo puede adquirirlas según una ecuación en la que junto con el estricto intercambio de cosas, caben los extremos de la fuerza y de la liberalidad. Respecto de las demás cosas, adquirirlas depende de factores como la cooperación y el esfuerzo. También habría que reconocer (yendo por aquel sentido en el que se hablaba del "precio del aire"), las cosas que en gran medida hace la Naturaleza y nos sirven de bienes, como los productos de la agricultura, ganadería o cinegética. Estos casos son verdaderamente importantes, debido al inestimable uso que hacemos de la capacidad de producción y multiplicación de la Naturaleza.

La obligación natural de "dar a cambio" con la que cada ser humano vive, también puede estar sellada. O, por el contrario, puede estar exclusivamente en la voluntad de uno. Pero en ambos casos se trata del estado de obligación en el que se encuentra el individuo humano. También aquí es importante tener en cuenta que siempre habrá individuos, extraños o no a cada una estas obligaciones tomadas en concreto, que quieran recibirlas. Y los habrá, también, que yendo más allá, se las ingenien de mil formas, incluso violentas, para conseguir recibirlas. Ahora bien, una obligación sellada es, ante todo, una deuda. La diferencia con la obligación en general es que una deuda es una cosa; mientras que las obligaciones "en general" que componen el "estado de obligación" son como las ideas que están en todos. Las obligaciones que están exclusivamente en la voluntad de uno, también son cosas, aunque se distinguen de las otras deudas en que están mucho menos definidas. Digamos que su definición consiste en la previsión que permanentemente se hace de ellas. Pero su indefinición las marca, porque hasta que se da la cosa, casi que no se refieren más que a "algo" que habría que dar. Y volviendo sobre todas estas más o menos definidas obligaciones, selladas o no, por cierto que como tales cosas que son, están sometidas al transcurso del todo y a las mismas obligaciones de quien las tiene o las quiere.

Si nos basamos en la temporalidad, ya sea de los intercambios o de las mismas previsiones (para el caso de las obligaciones "voluntarias"), encontraríamos otra forma de clasificar las obligaciones de las que hablamos. Y en efecto, cabe una gran diferencia entre intercambios cuya vida transcurre casi fugazmente y otros cuya vida se prolonga más en el tiempo. En éstos, en los más lentos, las incertidumbres que genera la transitoriedad de la cosa, adquieren una importancia capital. De hecho, en este tipo de intercambios, la demora de la entrega tiene un efecto crucial: Empodera a la ilusión.

El dominio de la ilusión sobre el estado de la obligación provoca grandes desequilibrios. La ilusión es algo donde las relaciones del sujeto con su entorno se presentan muy polarizadas. En este sentido, se diría que el campeón de toda ilusión es uno mismo. Por eso, si la dinámica de la toma de decisiones personales roza demasiado con la mente ilusionante, se corre el peligro de verse influenciado por las ilusiones en perjuicio de la prudencia. No se dice que el juego de la ilusión sea negativo, sino que la ilusión empoderada es mala. Y que cuanto más tiempo se tenga junto a una obligación definida, más se empodera la ilusión. Se dice que cuanto más tiempo esté una obligación pendiente, más se transforma en una ilusión. Si se trata de intercambios (en su estricto sentido), se entablará, cada vez con más presencia, una competición entre las ilusiones de cada parte. Esto también significa que el sello de esas obligaciones funcionará, ejerciendo su presión sobre la transformación que las ilusiones estén operando. Una obligación, por ejemplo, de entregar por el enfiteuta una pensión, tiene más posibilidades de transformarse en alguna especie de saqueo (ejecutado por una u otra parte), cuanto más tiempo se sume a la misma obligación. Esta dinámica se refleja perfectamente en la revolución del precio de la obligación (siendo indiferente a esta ilusionante e ilusionada revolución, tanto si el precio se mira desde el lado de una parte como del de la otra). Estos efectos en el precio de la obligación, ejercen a su vez influencia sobre el precio de otras obligaciones parecidas que constituyan las mismas u otras partes de alrededor.

También existen ciertas obligaciones de dar cuyas partes se reconocen por su naturaleza política: Estado y ciudadanos. Se distinguen estas obligaciones también por su grandeza. Y como sea que el Estado es tan antiguo como el ser humano, que el Estado tiene grandes cosas que hacer y muchas personas que emplear, se trata de obligaciones dignas de un gran respeto…

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