Democracia y dictadura: sobre el gobierno (XVII)

Hacer cosas juntos no es una forma de reunirnos. No es, como si dijéramos, que escogemos hacer algo juntos dejando de estar separados. Porque nosotros nunca estamos separados de nosotros. Eso sí, igual que podemos hacer cosas juntos, podemos destruir cosas juntos; también, estando siempre juntos, podemos escoger no hacer nada juntos (o al menos intentarlo). Nos encontramos de hecho, con cosas que hacemos juntos, como con que estamos juntos destruyendo cosas o intentando huir unos de otros para no hacer nada entre nosotros. Además, en cada caso, siempre nos encontraremos con que se estará obrando bien o mal, ya sea absoluta o relativamente. Pero el gobierno al que me estoy refiriendo, podría solo surgir cuando nuestras acciones coinciden de alguna forma característica suya. Por eso, también nos encontraremos con malos y buenos gobiernos, dependiendo de si nuestras acciones congénitas son buenas o malas.

Además, si se viese que entre todos los seres humanos actuales, se comparte alguna acción, se debería suponer que existe un gobierno para toda la comunidad internacional. Por ejemplo, imaginemos dos comunidades políticas, asentadas en espacios geográficos separados como, por ejemplo, la Terra y Neptuno; imaginemos también que entre ellas no mantienen intercambios directos ni indirectos. Teniendo lo anterior en cuenta, cabría afirmar que no se dan las condiciones del gobierno entre estas comunidades. Sin embargo, por un lado, ya al principio de esta serie se afirmó que el gobierno de toda la especie humana no desaparecería porque esta mantuviera divisiones históricas; también se postuló la existencia de un orden trascendente que venía siendo reconocido por todas las comunidades políticas sin distinción: lo que, para un buen gobierno, sería un signo de un orden general. Y ahora, cabe de nuevo añadir que el menor contacto entre esas dos comunidades, ya causaría el inmediato efecto de un orden gobernante. Claro que, según esta explicación, parecería que se está diciendo que mientras no haya cualquier mínimo contacto entre comunidades no se dará la condición del gobierno interplanetario. Y en cierta medida, para el supuesto del aislamiento sería así. Pero si se mira con más detenimiento, incluso para el caso de comunidades aisladas entre sí, cabe formularse la pregunta de si aún por separado no realizan ya ninguna tarea conjunta (pues este es el presupuesto del natural gobierno). Porque de encontrarse que entre dichas comunidades se produce también, digamos que de manera práctica, el fenómeno de la congenitura, habrá que reconocer un gobierno entre todas estas gentes. No es difícil entender que el género humano, presiente (innatamente) ciertas tareas, como por ejemplo, la de transmitir a las generaciones venideras el patrimonio actual; ya sea en buen estado o, malvadamente, en estado de corrupción destructiva. Y como sea que allá donde el ser humano viva, deberá hacer frente a esta tarea, ello comportará la realización del gobierno: un orden y una voluntad determinada. Porque esa tarea no se llevará a cabo sin quererlo; ni tampoco se llevará a cabo de forma caótica; en efecto, la verdad de transmitir nuestra herencia implica al menos tanto una relación de posesión que rompe en sí misma con la idea de caos, como una voluntad determinada a que alcance su destino. Pero casi que diríamos que el género humano está lleno de tareas que son intuidas por todos. Otra de estas congenituras, se visualiza en la tarea de buscar otras como ella que cualquier comunidad siempre llevará a cabo. Siendo esto así, resultará que por muy separadas entre sí que se encuentren, las comunidades ejecutarán, cada una por su lado, el orden de llegar a un esperanzador encuentro mutuo. Al fin y al cabo, cómo entender el género humano sin que cada uno de sus individuos comparta un mismo conjunto de obligaciones naturales y cuya mera contravención solo pueda tornarse en un infierno personal.

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