Well-ordering (XXXV)

La mente es como donde nuestro ser viene a encontrarse con la realidad. No con la trascendental suya, sino con la de la experiencia.: porque es necesario distinguir nuestra experiencia de nuestra inmortalidad. Se trata de un encuentro inevitable. Por lo tanto, conforme el tiempo transcurre, la mente cada vez está más llena de vida y relación.

Sea que como la mente es lugar de reunión, en ella nunca faltarán ni el calor ni el frío. De hecho, la energía que se concentra en el mundo, al entrar en la sala de la mente, vibra y nuestro ser, en ese encuentro, tiene que aprender a nadar. Y las ideas de la mente, que serían como los movimientos del cuerpo para mantenerse a flote, son bien y mal variadas. Se producen ideas como lo que es o no es uno, lo que se querría ser o se fue, lo que hay o lo que no y lo que se quiere o deja de querer.

Por eso, hay distintas formas de mantener la calma en la mente: y quizás, todas se resuman en intentar que el encuentro de uno con el mundo, produzca una experiencia mental pacífica. La paz en la mente representa un tipo de encuentro entre el yo y el mundo; y cuando en la mente no se produce paz, resultará que en ese tipo de encuentro, o el yo o la energía del mundo se están invadiendo. Por ejemplo, cuando el yo desea más mundo del que tiene, y ese deseo crece hasta hacerse irrealizable, el sujeto estará siendo invadido en la mente por el mundo. O si el yo, por el contrario, guiado por el mismo deseo se vanagloria de sus éxitos, estará invadiendo al mundo en su mente, y dejándole menos lugares de encuentro para la paz.

Y qué tiene de malo cualquiera de todas esas posibilidades, nos preguntaríamos. Pues bien, resulta que mientras se está produciendo paz en la mente, nuestro ser está flotando en el río de la vida. Resulta que si descuidamos la permanente posibilidad de un encuentro pacífico, daremos vida a la idea de la invasiva derrota.

Más que algo malo, se podrá pensar, en cualquiera de los casos solo haremos lo que la Naturaleza nos ha permitido hacer; esto es: maximizar sus caminos sin dejar ninguno de lado. Pero, ¿en qué mente se desea su propia derrota? Y sin embargo, es cierto, esto mismo (aunque no directamente por el deseo de derrota, sino por el desprecio a la paz), estaría ocurriendo en muchas y muchas ocasiones. Y entonces, cabría seguir pensando que cada vez de las tantas en que ha ocurrido, no es por desear la derrota sino la victoria. Se quiere decir que la ausencia de paz en la mente, que según lo que se ha expuesto, significa que en ella hay un desencuentro entre nuestro ser y el mundo, es en todo caso una conducta de la Naturaleza. Nosotros no somos los dioses de nuestra mente; nuestro ser está en la mente: un lugar. En el mar, en la montaña, en reunión o unión con los demás, no estamos nosotros: eso es el mundo; todo eso se encuentra con nosotros en la mente. Si hablamos con alguien, todo lo que estemos viendo o escuchando, o sintiendo, no forma parte de nosotros sino de la mente. Nosotros somos únicos pero nuestra mente es un lugar del mundo, que como los árboles de un bosque, es una misma semilla y un mismo grupo.

Las reglas del mundo no son nuestras reglas. Las primeras no las podemos cambiar nosotros y las nuestras sí. Esto es algo que hay que tener presente cuando se inquieren el bien y el mal.

Todo lo que es movido por la fuerza de las reglas naturales, no debería ser calificado ni de bueno ni de malo. El constante devenir del mundo ocurre conforme a un orden de cosas que trasciende el juicio humano sobre el bien y el mal. En este sentido la conducta de la Naturaleza no podría servirnos de criterio, pues justificaría todo. Qué entender entonces cuando se dice que la Naturaleza actúa rectamente: ¿Que si un cocodrilo tiene que matar un antílope, ocurrirá; o si las arañas tienen que matar insectos, los matarán? En este sentido la Naturaleza actúa rectamente. Pero el sentido de nuestra obligación tiene cobijarse en otra cueva.

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