¿Qué es el comunismo? - 15

Si se pudiese votar lo que el bien o el mal son, la pena de muerte sería el bien, la legalidad del trabajo infantil o del aborto serían el bien, la homosexualidad el mal, o la superior calidad retributiva en la función pública sería el bien. Sin embargo, aunque por una mayoría se votase que tener unas costumbres distintas, pensar de forma distinta o contraria, adoctrinar esas ideas o ser pobre, deban ser cosas excluidas y cambiadas, esas cosas no han de ser malas. Incluso aunque una mayoría vote matar a un Rey, no por ello eso está bien. Tampoco una afirmación como la que se está objetando, puede perseguir que la expresión de la mayoría manifieste que sea un Rey quien gobierne o haga las leyes. Y resulta evidente que dentro de esa doctrina no cabe añadir que lo afirmado por ella no pude ser renunciado, porque se contradeciría o, en otro caso, habría omitido excepcionar que la Ley es la expresión de la voluntad del pueblo siempre y cuando esa misma voluntad no quiera que manden otros (lo que en todo caso no se proclama); pero en este último caso ¿y quién distinto del pueblo decide el juego de esa excepción?

Nosotros no podemos asegurar lo que está bien o mal. Para asegurar estas cosas es necesario conocer el significado de nuestra finalidad como especie; porque el bien o el mal no deben sino ordenarse según esa finalidad y a causa de nuestra voluntad errática ¿Quién puede demostrar cuál es nuestro significado, ni a dónde vamos o de dónde venimos?

Sí se puede decir que no tenemos ninguna finalidad; y a los efectos éticos, daría igual decir que nuestra finalidad la decidimos nosotros o que el trascurso es una mera ilusión. Pero si no hubiera finalidad para nuestra especie, la decisión de la mayoría no sería buena ni mala. Negando la finalidad, y por lo tanto su fin, no es posible concluir si lo que se decide se corresponde con el fin; no es posible juzgar ni su eficacia, ni su utilidad ni su intrínseca bondad. A una tal decisión solo se la puede juzgar comparándola con el propio fin que la mayoría haya votado. De modo que a falta de una finalidad general, hecha a nuestra imagen sin nuestra intervención, igual que tampoco fuimos partícipes en la formación de nuestros fundamentos orgánicos, queda que el fin lo elijamos nosotros: pero sin dar respuesta sobre nuestro origen, o alegando que nos hicimos al mezclarse cosas sin orden. Un fin así, cuyo cimiento es una votación, sí sirve, no obstante, como punto de comparación para decidir los medios que son eficaces en orden a su consecución. Pero no sirve para juzgar sobre la bondad de ellos. Porque lo bueno es lo que conviene al fin previsto de nuestra especie humana: Y el ser humano nunca deducirá de qué factores dependen su extinción o supervivencia como especie; por mucho que sepa matar y reproducirse. Así, lo que está bien o mal, a falta del conocimiento necesario para poder concluirlo, es lo que nos ha dicho Dios que es. Ciertamente que Dios habla a cada ser humano personalmente; pero esta es otra cuestión que supone otras discusiones, porque lo que se quiere denunciar es que lo que finalmente sea bueno o malo no es el resultado de una votación: es el resultado de un mensaje divino y de un examen puro a nuestra mente.

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