¿Qué es el comunismo? - 12

Fijemos el movimiento al que se referirán los términos socialismo y comunismo cuando aquí se hable tal cual de ellos, sin otros apelativos que los diferencien. Porque hay muchos movimientos que podrían reivindicar para sí esos nombres. Y aclaremos que con esos nombres queremos indicar las doctrinas que desde la Revolución Francesa han servido a los partidos políticos socialistas y comunistas de los estados occidentales. E igualmente se aclara que aunque las diferencias ideológicas fuesen inagotables entre todos esos partidos, también les une el ideal revolucionario francés de una ley como expresión de la voluntad general ("La loi est l'expression de la volonté générale"). En adelante se utilizará únicamente el término socialismo para hacer referencia al conjunto de partidos políticos nacidos bajo el paraguas de ese ideal.

Ante todo, la deriva del socialismo se dirige hacia el totalitarismo y la dictadura. También aquí se utilizarán estos términos con un significado equivalente.

El socialismo arrastra un error de conocimiento que le empuja hacia la idolatría: Como no reconoce que todo el amor que brota del individuo deba en ningún caso ser dado a Dios, le apetece que sea dado al Estado. Si, por ejemplo, le apeteciese que fuera dado de unos a otros, diría también que la ley es voluntad de Dios, aunque se añadiese que estuviera expresada racionalmente por los hombres: y basta entender que el amor al prójimo como a uno mismo, no forma parte de ninguno de los ideales revolucionarios franceses expresados en su declaración del 26 de agosto. Pero además, si su ideal fuese, cualquiera que sea la forma con la que se expresare, por ejemplo el ideal de amar al prójimo como a uno mismo, aparecería una incompatibilidad con cualquier tipo de voluntad general, pues el primero es una obligación y lo segundo es un deseo. Hay que reconocer que el deseo busca la libertad y de ahí las consecuencias al basar la ley en deseos (voluntad general). Y no se está igualando ley a obligación y confrontándola con libertad, sino igualando el significado revolucionario francés de la ley a un error de conocimiento.

Parecería que la doctrina revolucionaria francesa señaló por inconsciencia a la nación, al pueblo, o a esa voluntad general como las causas primeras de la ley; en sí sería una reacción ante su propia negativa a reconocer una causa trascendente de la ley. Y el problema es tan grande como la misma imaginación, porque renunciando a la búsqueda del significado natural de autoridad, se cayó en una ambiciosa vulgaridad ligándola (la autoridad) al artificial concepto de pueblo: como si hubiese existido algún tiempo cuando había una autoridad sin pueblo, o algún pueblo sin autoridad. También se consiguió encerrar la discusión política, para que todo cayese dentro del debate de si la autoridad (que nunca falta) emana expresamente del pueblo (que siempre habla infinitas lenguas).

Pero la consecuencia más importante de esta forma de pensar (o de convencer) es que la idea sigue encarcelada por el totalitarismo. Con tan inmensa participación, el pueblo queda obligado a ser un ser vivo (con su voluntad general, su interés común y su condición de fundamento) y la autoridad queda obligada a responder (o a no hacerlo) de él. Suena bien, pero es necesario entender que ni esa voluntad general ni ese interés común ni ese pilar existen. No hay forma de razonar una voluntad que no sea potencia exclusiva del individuo. Y a pesar de esto, muchas personas pueden tener una misma voluntad relativa a algo; pero ni eso es la ley, ni ese grupo piensa y quiere como si fuese una persona. Decir que la ley es la voluntad del pueblo es lo mismo que decir que el pueblo tiene que hacer lo que la autoridad diga (decires como el de si estando todas las ciudades del mundo cerradas menos Roma y Madrid, uno que viviese en Madrid dijera que se va fuera: que sería como decir que se va a Roma).

Que unos manden y otros obedezcan no es nada extraño. O mejor dicho, tratándose del ser humano, que nos encontremos con órdenes y cumplimientos es algo natural, propio de la obligación, la cual es esencial a la Ley. Y decir que el pueblo manda, debe ser como añadir que el pueblo obedece: esto es, decir que la ley es expresión del pueblo es lo mismo que decir que el pueblo manda y obedece; o si el pueblo no quiere expresar la ley (algo extraño y quizá por eso no se contempla esa posibilidad por los revolucionarios franceses), entonces no manda y no obedece y se comporta injustamente. Es casi tautológico. Pero con esto, no queda tan claro que se sirva al totalitarismo.

Supongamos, para entenderlo, que un padre le dice a un hijo: "Yo te digo que hagas lo que tú dices que tienes que hacer". Que quien así habla, algo habrá de quedarse… y ya todos sabemos que lo que más esconde el ser humano es su propio interés. Pero el caso es que aquí el hijo del ejemplo además no existe tal y como se pretende. Y es cierto que desde la revolución francesa, muchos han aludido a esos pretendidos espíritu y voluntad del pueblo, según quien teorizara.

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