Democracia y dictadura: sobre el gobierno (II)

Las obligaciones a las que el individuo debe plegarse a lo largo de su vida son, como se ha dicho antes, la razón de todo gobierno. Ahora, importarían su personalización y el modo de organización. Aquí, baste como muestra para encuadrar el asunto, la referencia a todas las diferencias individuales que presentan las personas; y sería que puesto que cada uno tiene tanto apariencias como espíritus distintos a los de los demás, también a los gobiernos, como parte inseparable que son de la sociedad, deberían corresponderles formas distintas.

Las simplificaciones que se conocen con los clásicos nombres de dictadura, oligarquía, aristocracia, monarquía, democracia, etc., ciertamente no funcionan a los efectos del presente trabajo. Por una lado se podría contar con que todo gobierno, entendido a lo clásico, siempre está formado por un conjunto minúsculo de personas en relación con el conjunto de personas que forman la sociedad; y aquí se busca una definición más objetiva y necesaria. Y por lo demás, las diferencias y similitudes entre los distintos tipos históricos y presentes de gobierno, exceden inmensamente el encasillamiento que han recibido y reciben bajo aquellas pocas denominaciones políticas. Esto hasta tal punto es así, que ciertas democracias podrían parecerse más a ciertas dictaduras que algunas de estas se parecen entre sí (por ejemplo Venezuela frente a China o Camboya). Creo que, en realidad, sobran los ejemplos, porque se comprende el galimatías que necesariamente se ha de producir mediante el endose de aquella clásica y escasa terminología a la particularidad con la que cada sociedad organiza de hecho el gobierno. Se habría de suponer que detrás de ese nomenclátor, realmente se encuentra un esquema bipartito que principalmente busca adjetivar la forma de gobierno como "mejor" o "peor" (más o menos justa). Y aun así, con todo, para los de una "Democracia", una dictadura será mala, y para los de una "Monarquía" lo serán las otras formas; y ello siempre en función de los nombres que se pongan (monarquía parlamentaria, dictadura del proletariado, socialdemocracia, etc.).

En efecto, es la enfermedad del gobierno lo que debe preocuparnos. Realmente, la elegibilidad de los gobernantes, no sería tan importante como se dice en los propios sistemas donde se eligen; ni tampoco sería un albur como los gobernantes no electos proclaman. Simplemente, lo que vendría a ocurrir es que la enfermedad de un gobierno, que según se defiende aquí es lo que importa, no dependería directamente de si es o no elegible. En este sentido no vamos a descalificar por este mero hecho a la gran mayoría de los gobiernos que han existido y aún hoy existen en el mundo. Y tampoco en esto creo que deban prodigarse los argumentos. Basten dos cuestiones. La primera es la admiración prácticamente unánime que se le tributa a la Roma de Julio César; la segunda es el indudable poder gubernamental que en toda sociedad ha tenido y tiene el aparato administrativo. Mas digamos que, cuando alguien, por ejemplo, se apropia por más o menos tiempo del gobierno, causará en este una grave enfermedad. Y es que también, nuestra piel, si la exponemos indebidamente al sol, se quema.

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