Well-ordering (XXI)

Nuestro mérito, cualquiera que sea el que, por ser lo que somos, tengamos, podría ser cosa que solo pesase ultratumba. No sería solo el mérito de nuestra persona, sino que tampoco el valor de nuestras acciones pesaría nada que supiéramos medir. Lo que tenemos, eso a lo que llamamos bienes o males, al fin y al cabo, no es algo que esté atado a la voluntad de algún ser humano, sino que retribuye otra cosa que nos une con el más allá. Esta cuestión resulta también imposible de entender. Porque con ella es como si se empujase la diferenciación entre el bien y el mal hacia un mundo donde no estamos. Y, sobre todo, porque hay males que nos parece que nadie merece y sin embargo los sufren multitud de inocentes. Entender que el peso de la vida es una simple ilusión de nuestra mente y que todo lo que nos ocurre, menos el uso de la libertad, es inalcanzable para nuestra voluntad, es en sí mismo un problema. Porque no es fácil entender que el alimento que uno se lleva a la boca es algo que está desconectado de cualquier determinación previa de la voluntad. Esto es más sencillo verlo si se dice que nada ocurre si Dios no quiere. O se diría, dicho de otro modo, que todo lo que ocurre es obra de Dios. Pero, entonces, tampoco sería cosa nuestra el uso de la voluntad. Por lo tanto, si su uso entonces nos perteneciese, parecería que algunas de las cosas que produjere ese uso, nos pertenecerían también. Pero así mismo podría entenderse que nuestra libertad es instantáneamente supervisada por Dios, de forma que lo que de ella sale, habrá de tener dos fuentes. Con todo, el problema es el mismo, ya que la culpa de los males que soportan infinidad de seres humanos no parece que deba ser imputada a Dios; y, entonces, en nuestro mundo habitará como de suyo un desmerecimiento, listo siempre para encontrar el dueño. Pero igualmente resulta muy difícil afirmar que somos dueños de nuestra vida.

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