Well-ordering (XX)

Y si aquí hay libertad pero en ella el tiempo no existe, entonces el tiempo no es una constante, porque hay partes de la realidad donde no se encuentra. En una realidad en la que no existiese el tiempo, se podría decir que, o todo está quieto o nunca nada es lo mismo. Porque algo que nunca es lo mismo, y en tanto que no pudiese ser fijado para ser abarcado entre dos cualesquiera momentos, sería independiente del tiempo: o en ello no estaría el tiempo. Lo mismo se diría si nunca se moviese, pues ¿qué mediría el tiempo? Nos parecería entonces que el tiempo existiría desde donde algo empezara a moverse, hasta donde algo dejara de ser siempre distinto. Es como si el tiempo necesitase algo de movimiento y algo de identidad al mismo tiempo. En un mundo donde todo sería orden, la libertad sería el caos. Pero por todo el caos que representase la libertad, en sí misma no sería nada sin la obligación de hacer el bien. Porque el caos no sería ni bien ni mal, pues no sería orden: pero solo hasta que la libertad se decidiere. 

Quizás debamos añadir que la libertad no es nada dicho en el sentido de que no es ser. Porque un verdadero problema presente en la teoría del ser es que implica lo que no se mueve. Es algo así como cuando se dice que algo es la esencia; es como si la esencia de algo, se diría, equivale a su ser; y entonces vienen a ser lo mismo. Al no moverse, al estar implicado este significado, resulta que cualquier cosa que se diga respecto de aquello que ya es, tendrá que o añadir algo nuevo o añadir algo que ya tenía el ser. Y si añade algo nuevo resultará que el ser respecto del cual se hablaba deberá actualizarse en su contenido. De lo contrario se producirá una contradicción semejante a ese tipo en el que el ser dice al mismo tiempo que no es. Esta consecuencia no se produce inicialmente, porque la intuición del entendimiento resuelve el problema sin mayores complicaciones, aceptando que lo que contradiga al ser es simplemente una excepción y que lo que le toca en adelante (para el caso), es actualizar su contenido (el del ser); ese entendimiento viene a aceptar que las cosas cambian y que lo que es el ser, aunque por definición no cambie, sí es necesario actualizarlo. Y en este sentido la libertad no es ser, porque siempre es la antesala de lo que no existía; sería, por definición, lo que siempre se mueve. Ahora bien, se observará que, no obstante, se dice que la libertad es algo; y esto ha de chocar con la otra conclusión que decía que no sería nada, al menos en el sentido de no ser algo que como el ser, nunca se mueve.

Tampoco resulta desproporcionado decir que el Todo no puede ser finito. Ciertamente, decirlo, que es finito, supone una contradicción epistemológica, porque el Todo significa que incluye el más allá; por lo tanto decir que hay una línea que lo separa del más allá es decir que no se está hablando del Todo: y como se dice sin los debidos explicación y cuidado, se deriva de ello una exposición a flor de contradicción. Así, de hecho, sería necesario considerar el Todo como algo infinito. Infinito en todos los sentidos. El ser, entonces, sería infinito, infinito en todos los sentidos, sin principio ni fin.

Digamos que lo infinito es extensión, pero ¿también hemos de incluir el efecto del tiempo? ¿Es infinito el Todo pero tuvo un principio si nació? Se habrá de considerar que el problema sea el mismo que el visto antes. Porque el tiempo se define como lo que constantemente pasa, de forma que si decimos que tuvo un principio o tiene un final, cambiaremos su definición y deberíamos preguntarnos qué hubo antes del tiempo o habrá después de él que no sea el tiempo. Y tendremos que decir que el tiempo es eterno, aunque su cuenta, como ya dijimos otra vez, sea hacia atrás.

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