Sobre el poder (5)

También, para seguir, quiero recuperar por un momento dos ideas que no nos resultarán tan desconocidas como importantes. La primera pertenece al tronco de las necesidades que vitalmente pesan sobre el hombre. La segunda entronca con la categoría del subjetivismo.

Ya se había expresado en otro lugar que el hombre, para vivir, necesita apropiarse de cosas que pertenecen a otras personas. Esta atracción inevitable que empuja al individuo a consumir productos creados por otros es una fuerza vital y hasta tal punto lo es que su debilitamiento puede ser mortal y su total anulación desde luego que lo será. Se trata de una fuerza prácticamente originaria porque estaría detrás de todo comportamiento humano. Esto significa que incluso detrás del acto de amar no se deja de ver aquella fuerza de atracción. Y esto es así porque se trata de una fuerza independiente de la libertad. No es que se ame porque se necesite algo de otro; sino que ya se ame o no se ame, siempre se necesitará algo de otro para consumirlo y para apropiarse y adueñarse de ello. Esto verdaderamente nos empuja a movernos, sí. Podría incluso decirse que la mayoría del tiempo si hablásemos de la parte nuestra en la que no estamos conscientes. Y no solo a movernos sino que contiene una dirección: nos mueve con un sentido. Y debemos también entender que la libertad del individuo se encuentra casi en primer lugar y casi permanentemente con esta fuerza; pues parece que también la necesidad puede saciarse y entonces empuja menos o hasta diríamos que se distrae en su objeto y se crea una especie de equilibrio que vendría a dejar en paz a la libertad. Esta fuerza supondría un motivo para la libertad; de hecho sería un motivo principal. Y no obstante, creo que detrás de esta razón se encuentra la cuestión de la justicia.

Se puede observar que esta fuerza es moldeable por la voluntad del sujeto. Si, por ejemplo necesitamos alimento, podemos aplazarlo un tiempo o cambiar el deseo de unos por otros. Si por ejemplo queremos la casa de otro o su puesto de trabajo, podemos igualmente vérnoslas de tú a tú con ese deseo y terminar dejándolo en solo su coche o algo así. Sin embargo ¿por qué sino queremos esas cosas y tantas veces no se detiene la gente hasta obtenerlas? Y acaso ¿puede alguien decir que algún ser humano se sustraiga no ya a la necesidad de consumo a la que esos deseos digo que responden sino a ese simple deseo de tener lo que no tenemos? Pues entonces digamos sencillamente que nuestro mundo contiene un mundo donde unas cosas no dejan de unirse con otras; en concreto unas cosas a las que no dejamos de unirnos.

La segunda cuestión hace referencia a otra función muy básica de nuestro sistema vital. Se trata del defecto que presenta nuestra capacidad para comprender lo que nos rodea y que rígidamente nos toma como un todo ante otro todo. El hecho de incorporar la multiplicidad en la comprehensión supone un esfuerzo añadido, propio de un espacio de libertad, y que inevitablemente produce tensión en el sistema vital del individuo. Salir del esquema en el que uno mismo es un todo y todo lo demás es una unidad que nos rodea es el camino del ser humano. Es tan necesario andar en la vida como avanzar hacia la comprehensión de que nuestra identidad la comparten multitud, por no decir infinitos, de otros seres. En esta vía, uno mismo ya no es un todo sino otro más. Y esta concepción nos obliga a emplear la libertad en un sentido que se diferencia claramente de aquel rígidamente defectuoso que nos tiene básicamente irrigados.

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