Empezando

Nadie está tan seguro de todo que nunca dude de nada. Además, tampoco nadie, aun sin estar seguro de todo pero teniendo, aunque sea, pocas cosas muy en lo cierto, está libre de pasar por momentos en los que todo se le oscurezca con las sombras de la duda. Yo todavía no he tenido la fortuna de conocer a alguien cuya certidumbre sobre las cosas sea tan plena, que ningún hecho se pueda interponer en la luz de su verdad… por muy poco tiempo que tardare en pasar el eclipse. Al final, es como si cualquier certeza de la que nos sirvamos, no fuese más que un camino en el que el polvo no deja de levantarse.

Se detendrá esta deriva de la mente humana hacia la duda. Crátilo, un probable maestro de Platón, se hacía cargo de un mundo donde por estar todo en movimiento perpetuo, como debió sostener, la ciencia habría de volverse imposible. Hasta tal punto debió llegar su escepticismo, que Aristóteles dijo de él que se decidió a no hablar nunca; que se limitó a señalar con su dedo para decir las cosas: Como si así, siquiera, pudiese dejar las confusiones en lo mínimo. Es más, La vida es sueño de Calderón de la Barca, la duda metódica de Descartes, o determinadas interpretaciones del principio de incertidumbre por la moderna mecánica cuántica, rondan así mismo entorno al oscuro abrazo de la duda.

Las cosas parecen a veces no serlo. Y cuando las circunstancias que nos rodean cambian, muchas veces, también con ellas cambian las ideas que tenemos de las cosas. Pensamos entonces, que lo que antes era una cosa, ahora ya no es lo mismo, y por lo tanto, decidimos relacionarnos con aquello de forma distinta. Sin embargo, el mismo Sol sale todas las mañanas y se pone todos los días. Y hechos como este, que se repiten constantemente, nos hacen también dudar...

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