El capitalismo (4)

Conviene insistir en que el capitalismo es, ante todo, un problema de vacuidad. En el fondo, solo su caída espiritual al oscuro mundo de la nada, explica la voracidad de las fauces del capitalista. Este recaudador de dinero, lo quiere todo para él. Pero también lo quiere para quienes piense que de su extinta vida, rendirán eternamente algo de parte a los pies de Saturno, su gran amo.

Son muchas las malas artes que se despliegan con el objeto de saciar el hambre de poder y riqueza que, como el calor con la sed, produce la oscuridad del pensamiento. Pero, dominado uno por la obstinación de ser el rey, cuanto más se come más hambre se tiene. El vacío en el que se complace el espíritu humano -donde este se regocija sintiendo su propio ser latiendo y pesando ante la nada-, vive gracias a la sangre humana. También esto es necesario tenerlo presente al hablar sobre el capitalismo. Uno puede caer por los laberintos de la vacuidad, y sufrir la desesperación de tener que ser rico, pero no todos pueden serlo, porque acumular dinero requiere de artilugios.

Un mecanismo secular, fue la heterogeneidad, que aplicada engañosamente al distinto origen de las personas, ha permitido al capitalista protegerse como un mejor. A pesar de que el enfermo de avaricia siempre ha sido, ante el juicio de la prudencia, un pobre, sin embargo, políticamente, el capitalista podía esconderse en la doctrina de las clases sociales y así, desde un esquinazo de mármol, seguir devorando la vida de los demás. Esa doctrina ha permanecido prácticamente impertérrita hasta la gran expansión del humanismo en la ideología humana. Y en tanto que disfrutaba de hegemonía, los capitalistas se justificaban sin ningún esfuerzo: Más allá de los peligros de la codicia ajena, moralmente, si se adscribían a la regla de los decretos reales, no tenían que rendir cuentas. Repito: en el fondo se respetaba la idea de que unos eran mejores que otros. Era una forma secular y corrupta de aplicar el principio de la heterogeneidad.

Hoy en día, la batalla del capitalista por apoderarse de lo que no es suyo para saciar su hambre, sigue siendo despiadada; pero ahora, su enfermedad ya no se alivia respetando los decretos, pues ya ha triunfado la idea de que todos somos hermanos. Precisamente por esto, cada vez hay más personas que señalan el dinero de los capitalistas y se preguntan: "¿Y cuánto merece mi familia?".

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