Lugares bajos en California

El consentimiento de uno, no es la llave del permiso a otro. Esto no es difícil de entender acudiendo a las fuentes legales. Así, el derecho más antiguo, ya positivizado en Roma y hoy vigente por todo el mundo, establece la ineficacia del consentimiento que presenta vicio. También, acudiendo a otros lugares, se concluye en términos semejantes. Por ejemplo, el sentido común, comprende que nadie da a quien le quiere engañar. De ahí que se diga que el vicio turba el juicio.

En relación con aquello, quería opinar sobre las prácticas que en materia del comportamiento individual se vienen desarrollando por la industria de internet. Hoy se dice, que el dominio sobre la navegación de las personas, permite extraer sus perfiles sicológicos. Se dice, por tanto, que la industria está dirigiendo a las personas a su criterio.

En primer lugar, me parece que quienes afirman cosas como que las personas son rebaños, cometen un grave error. Nosotros no sabemos bien cuál es el camino recto, eso es verdad; pero, los pastores no sustituyen nuestra voluntad, sino que buscan alumbrarla. Por eso, no nos dirigen, sino que desean reunirnos en sinagoga; no nos llaman rebaño, sino que suspiran por nuestra común hermandad; no nos conocen, sino que renuncian a juzgarnos.

Ahora bien, nuestro rastro, el patrón que de él se desprenda, y la evaluación de la personalidad en la que nazcan, nunca constituirán ni una persona, ni sus reglas. Decir lo contrario, es un acto de soberbia. Y esta es la cuestión: que la industria de internet, en la medida en la que sea víctima de la voracidad de cifrar personas, representa un foco de podredumbre y un escaparate de modelos narcisistas. Ciertamente se pueden estudiar los hábitos de alguien; se puede saber lo que le gusta, o lo que le causa inapetencia a alguien; incluso se puede llegar a advertir aquello por lo que alguien daría o no la vida; basta para todo ello, preguntárselo y, si acaso, pedirle que responda sinceramente. Pero no por tales conocimientos, se conocerá a la persona, y ni mucho menos, se habrá parametrizado su libertad. Quien esto se cree, repito, está en un grave error.

La libertad del individuo, y el lugar en el que cristaliza, su alma apetitiva, son inabarcables. Solo los ególatras adoctrinan en sentido distinto; y así lo hacen porque para ellos, los demás, son como sumas y restas. En algún aspecto, pudiera parecer que el comportamiento de la persona fuere cosa de causas y efectos; pero en tanto se le respete su libertad, actuará como si estuviera sobre un presente único e irrepetible. En efecto, hay numerosos elementos de la realidad que son constantes; pero la libertad tiene el poder de contarlos entre sus dados. El comportamiento humano no es predecible más que en la medida en la que está oprimido o alienado.

Conviene darse cuenta que actitudes muy próximas al voyerismo, se quieren justificar mediante la apelación a una especie de consentimiento. Al respecto, en ningún caso se cumple con las exigencias más básicas de un consentimiento válido, como el que al principio quería referirme. También, mediante una defensa de litoral, se dice que esta industria (de voluntad descarriada digo), está desregulada. Sin embargo, aunque a falta de leyes, buenas sean las costumbres, estos no son los problemas. Lo digo porque una cosa es la altivez reinante en esa industria de apuntaciones, y otra, el tráfico del que viven. Este último es un verdadero ternero de oro. Está claro que lo del consentimiento es un señuelo para gorriones, y también que la nueva frenología darwinista se estudia por cuenta ajena, a golpe de contratos de trabajo; pero lo más importante es que, quienes mueven los hilos, una vez más, vuelven a ser codiciosos mercaderes.

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