Un paréntesis sobre la comunidad (3)

Hagamos un breve paréntesis dentro de lo anterior. Y como, desde un análisis evolucionista no se niega la noción de comunidad, ni tampoco su carácter de unidad compuesta, resulta de enorme importancia la operación divisoria.

Pero aquí, en este interludio, escuchemos la palabra de un mundo creado por Dios. De forma que si la unidad que es el Creador, se convierte, a través de nuestro entendimiento, en una realidad plural, llena de individuos, ¿es que Dios se divide? En esta materia, si hemos de conceder que los individuos estamos dotados de libertad, ¿significa esto que los actos de nuestra libertad eliminan el resto de posibilidades y la voluntad de Dios queda delimitada?

En cierta medida, parece que esto último debería ser así. Pero si ese fuese el precio de la creación divina de nuestra alma, si ese fuese el precio de la división del ser divino, entonces el mandato de amar, la obligación salvadora, lo paga por completo. Amando a Dios, por encima de todo, convertimos la división de nuestros mismos seres en su sagrado seno. Y amando a los demás, como a nosotros mismos, retornamos la división que hay entre nuestras almas, al seno de nuestra hermandad, de nuestra especie humana y de nuestro destino común. Porque lo que se nos ha dividido gratis, lo habremos de juntar gratuitamente; y así, se deberá dar todo, habiendo sido creados, para rendir nuestra pluralidad a su origen.

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