Como a ti mismo

Entender cómo se ama uno a sí mismo, resulta clave para determinarse a obrar. Inmediatamente se comprende que la medida de la justicia es cómo se ame uno a sí mismo; porque la regla más importante de la moral cristiana así lo prescribe. Por ello, y puesto que en cierto modo sentimos desconcierto en lo que hacia nosotros mismos respecta, detengámonos con calma.

Parecería, si nos situamos en un tipo de caso límite, que el criterio de amarnos a nosotros mismos, es cosa de poca esperanza. Me refiero al supuesto del suicidio; pues si este fuese el caso, entonces la correspondencia en el trato con los demás revelaría algo peligroso. En conclusión, diríamos que aquella regla no nos serviría para todos los casos. O mejor aún, diríamos que debería haber reglas más generales. Aunque en contra de este caso, podría decirse que no es igual al de amarse a sí mismo. De todas formas, sigamos pensando en lo que sea amarse a sí mismo.

El primer paso que se dará, buscará responder si uno se ama siempre a sí mismo, o si por el contrario, se puede fallar en este propósito. Y así, enseguida se observará que, en la medida en la que se crea que el egoísmo es un carácter de nuestra naturaleza humana, quedará casi afirmado, que el amor a uno mismo es una especie de respuesta innata. Esto se diría solo por la parte que compartan, las acciones de amarse a sí mismo y de querer que uno mismo superviva. Pues, por lo demás, no es necesario detenerse en que el egoísmo y el amor, son nociones distintas y no subordinadas entre sí. El egoísmo, a priori, ha de comprenderse como una fuerza de atracción que, como algo mecánico, posee el ser humano. El amor, se encuentra, no obstante, en el espíritu humano; se encuentra en su fuerza vital; en su potencia volitiva. En el caso del amor, el ser no es, pero puede ser.

Entendería que en la medida en la que el ser humano no sea una máquina, tenga por delante un universo de posibilidades. Y en la medida en la que el futuro dependa de nuestra libertad, el amor formará parte de nuestro campo de elección. Esto habrá de ser así, porque de lo contrario, el amor sería un automatismo; consecuentemente, en la parte del ser humano en que se encontrare la fuente de su universo de posibilidades, debería existir, sin embargo, algo que no siempre se cumpliera. De momento, sea pues el amor una de estas cosas que a veces se cumplen y a veces no. Y, por lo tanto, en la medida en la que amar no sea un movimiento que funciona independientemente de la voluntad humana, se podrá afirmar que no siempre uno se ama a sí mismo.

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