Pendencieros (I)

Es inmoral apoyarse en la pobreza (interpretada secularmente: en cuyo sentido ha sido denunciada desde que el ser humano usa la escritura), para apropiarse de cuotas de poder. También esta inmoralidad es anciana., tanto como la civilización.

El poder, es un fenómeno muy complicado. Para empezar, el mismo término "poder" encierra una salvaje homonimia. Sirva solo para abrir la puerta, decir que tanto "fuerza bruta", como "posibilidad", "libertad" o "imperio", son significados fundamentales de "poder". Pero, con complicado, aunque valga para añadírselo a todos, me quería referir al poder político.

Lo complicado, en este caso, deriva de la enorme cantidad de personas a las que sujeta. Y hay que añadir que el poder político es el objeto de la ambición por excelencia.

Pues bien, no cabe duda que la sujeción a un dominio, implica una cierta distribución de responsabilidad. Aunque debe ser dicho, que en última instancia (en primera, visto desde la cúpula), el poder suele hacerse inmune a la responsabilidad. Puede parecer una paradoja, porque casi es indiscutible afirmar que ninguna teoría del poder niega que su ejercicio quede expedito de rendir cuentas. Pero así de tozuda es la historia. Resulta que quien ostenta el máximo poder político, a pesar de reconocer, aunque a regañadientes, que él es corresponsable, normalmente tiende a negar que exista nadie ante quien haya de responder. Al fin y al cabo, resulta que como la responsabilidad es teóricamente parte de la definición del poder, de ello se desprende la función que le atribuye la culpa de todo aquello que acepte una denotación sociopolítica.

Y así, que la pobreza pueda ser culpa del ejercicio del poder es incuestionable. Quiero decir que la pobreza nunca puede ser culpa del individuo, a no ser que sea una pena impuesta jurisdiccionalmente, en cuyo caso, lo que será es una consecuencia legal de una culpa del individuo. Esto es así, porque excepto las renuncias libres a la riqueza, nadie quiere ser pobre. Incluso el que ha renunciado a la riqueza tiene pleno derecho a volver a exigir su parte material de la riqueza social, sea esta la que sea.

Para poder continuar es necesario distinguir entre pobreza y desigualdad. Por ejemplo, si de entre un millón de personas activas, quinientas tienen mil millones de euros y el resto se reparte diez mil millones más, resulta que a cada uno del resto les toca casi diez mil euros (por los dos millones que les toca a cada uno de los primeros). Si estas cantidades se refiriesen al año, pues a duras penas sobrevivirán con diez mil euros los del grupo más numeroso; pero no serán pobres, si entre sí no se fracturan su débil equilibrio. Sin embargo, entre ambos grupos habrá una gran desigualdad en cuanto a nivel de riqueza. Por lo tanto se puede dar el hecho de acabar con la pobreza pero no con la desigualdad. También puede darse una situación de poca desigualdad y mucha pobreza. Con todo, una catástrofe natural puede provocar una situación de pobreza generalizada; pero, bajo un buen gobierno, cualquier sociedad deberá sobreponerse a corto plazo, porque la actividad humana adecuadamente organizada es maravillosamente productiva.

En definitiva, está claro que señalar la pobreza (incluso la más relativa desigualdad), es una estrategia más en toda reivindicación de poder.

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