No merece la pena

Al mismo tiempo que la sociedad y las familias educan a los menores de edad, estos viven su propio crecimiento humano, que incluye una personalidad propia. Ante todo, viven el nacimiento de su capacidad para guiar su voluntad.

Cada individuo, a pesar de tener voluntad propia y plena potencialidad para guiarla hacia el bien, se encuentra fuertemente ligado a prescripciones externas. Se trata de sujeciones que varían mucho en su clase, pues unas veces provienen de la opinión, otras de la coacción, otras de las promesas y así, también las que provienen de fuerzas naturales o sobrenaturales.

Por lo que se ve, estamos inmersos en un entretejido de voluntades y fuerzas de las que somos objeto. No quiero decir con esto, que somos sujetos de nuestra praxis y objetos del mundo exterior. Aunque pudiera concluirse. No. Lo que quería decir es que, con todo, nuestra voluntad, en la medida en la que responde a nuestra razón, es una unidad en sí misma que no puede ser destruida. Lo que quiero decir es que, entonces, por ser indestructible, siempre se habrá de presuponer un espacio en el que quepa. Esto significa que el acto de la voluntad propia habría de ser lo más genuino de la persona. Esto se entiende por que si las fuerzas exteriores fuesen lo más genuino de nosotros, no seríamos más que un producto del exterior. Y si por lo demás, lo genuino obedece, no a la voluntad propia, sino a otras operaciones o cosas, el resultado es el mismo: o nos pertenece a nosotros mismos o no. Y si no nos pertenece, tendremos que decir no nos perteneceremos.

Tampoco resulta posible que nos pertenezcamos a medias. Como si dijéramos que, en un aspecto a las leyes y en otro a nuestra voluntad, por ejemplo. Porque, para el caso, el hecho de que obedezcamos a las prescripciones exteriores, ya sean o no leyes, ya sea o no voluntariamente, ello no puede destruir nuestra propia voluntad, que como se dijo, pertenece a una sustancia indestructible. Es evidente que la suma de una ley y un acto de nuestra voluntad adecuado, es un resultado único en la historia, y así, en tanto que es, tiene un lugar propio en la existencia, y ello por efecto de nuestra voluntad. Podría también parecer que hemos hecho lo que la Ley prescribía, pero en realidad, su función de onda ha colapsado con nuestra voluntad. Si sigue pareciendo lo contrario, es debido a que en términos materiales, el acto de la voluntad se confunde con las prescripciones exteriores. Lo que no es más que una consecuencia de la superposición que existe entre leyes y voluntades individuales.

Por lo tanto, si a nuestra voluntad se opone una fuerza exterior, y en consecuencia, es sometida por esta: primero, en la medida en la que aquella es indestructible, la fuerza exterior sufrirá una modificación en su función de onda; y, segundo, el hecho de haber colapsado en un sometimiento, eso no es más que una especie de entrelazamiento entre fuerza sometida y que somete.

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