¿Cuál es tu bandera, Macron?

La gran nación francesa; París, que llegó a competir con Roma en la Edad Media y que protagonizó en la Edad Moderna el episodio histórico más brillante desde los acontecimientos de 1492; ahora desea liderar la nueva etapa de la Unión Europea. Sus credenciales históricas son magníficas; sobre todo, por la frescura que su protagonismo político todavía desprende (y no se sabe hasta cuándo), desde la ruptura con L'Ancien Régime. Recuérdese con cuánto ahínco la doctrina marxista defiende las diferencias entre la revolución "rusa" (proletaria) y la francesa (burguesa); y que, sin embargo, al no retirarle el sustantivo, con ello pone de manifiesto, la igualdad del género "revolucionario". Al fin y al cabo, para la actualidad, la Revolución Francesa, y todo lo que la rodea, es el punto de referencia del Estado moderno (para bien y para mal). Al respecto, España, también tiene sus más y sus menos. No se puede ocultar el patetismo con el que el Tratado de Fontainebleau agita el ánimo de la memoria histórica española.

Los nuevos tiempos que Francia anuncia, serán también de modernidad. No puede ser de otra forma. igualmente será imposible que las reformas que presentan, no encuentren oposición. Sin embargo, si la dirección que se tome, apunta hacia el perfeccionamiento de la gobernanza internacional, hacia el estrechamiento de las distancias con la experiencia política de la ONU, hacia la mayor reintegración social de la riqueza mundial, el gobierno de París, e inspirado entonces por él, el Consejo Europeo, tomarán el pulso a la Paz, de la que la Unión Europea responde inexcusablemente. Si la proclamación de este nuevo impulso, recoloca en el centro de la política la sagrada dignidad de la persona humana, se construirá una nueva tensión social sobre la que nacerán las relaciones mundiales del futuro.

El mayor peligro que ronda la Justicia, y por ello, cualquier iniciativa política, es el materialismo. Si la conciencia occidental, no recupera el espacio abandonado del espíritu, por muchas buenas intenciones que los gobiernos quieran demostrar, no podrá valerse por sí sola. El tributo que se rinde al poderoso metal amarillo, de calado diario en la implementación de las leyes, es una fosa indestructible contra las políticas que está pidiendo el Planeta. La avidez y la codicia con las que se está actuando en la apropiación de todo tipo de materias primas planetarias, ha alcanzado niveles de corrosión tan alarmantes como los que propician los grandes cambios. Pero, si las medidas frente a tales prácticas mundialmente generalizadas, no se enfrentan a la miserable raíz que las alimenta, oponiendo el profundo valor de la verdad humana, la cosificación de la humanidad seguirá rindiendo beneficios a la división y a la discordia.

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