Irenarcas

Cuando se juntan las olas del cielo, los caminos del aire, los silencios de los árboles, y todas esas cosas que quién sabe cuántas son, como las pausas del pensamiento y la sincronía de los sentidos, se puede llegar a contar como el corazón late una vez cada mil años, y como todo ese puñado de milenios cabe en el momento que tarda todo en desjuntarse. Es más paz que felicidad. A veces se despierta con el apretado baño de semifusas de un ruiseñor. Otras pasa al estar en una calle entre personas.

Muy esclerosada tiene que tener alguien su voluntad, para haberse olvidado de cómo habla la paz. Porque uno puede dirigirse a sí mismo por derivas en las que nada se conjunta. Y así, caminar muchos años entre tal maraña de elementos, sediento y jadeante, ansioso y a cada rato más solo. Sin paz, no se puede andar. Nadie más encadenado que quien no le da la mano a los hombres. Sin paz en el corazón, el cerebro nos pone rumbo a su locura.

Demos gracias. Demos gratis. Demos caridad. No seamos avariciosos. Una vez perdidos ¿a quién daremos? ¿Qué esperaremos de nosotros después? No escuchéis las promesas. Pero si habéis caído en la cuenta de que vais a perderlo todo, entonces tenemos que contar a base de regalos. Nos ayudará a ver que nuestra vida está inundada de fuentes, como si hubiese un trono desde el que todo mana, y a aprender a llevarnos el agua entre nuestras manos.


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