El "cratos" de la mayoría (1)

Merece la pena pensar en lo que la democracia puede y no puede resolver. Quiero decir que, si la mayoría de la gente decidiese dar algo por bueno y a la postre resultare no ser bueno, o si decidiese que debe ser necesario actuar de una forma injusta, ¿lo bueno o lo justo solo pueden ser aquello respecto de la cual la mayoría dice que es justo o bueno? Porque si no fuera así, ¿qué posición ocupará la práctica democrática en relación con la práctica de lo justo o lo bueno?

En primer lugar, si aceptásemos que la mayoría puede decidir cosas injustas, cabría argumentar que ese defecto se corrige mediante elecciones periódicas que cumplan con la finalidad de reajustar con lo justo los procesos de decisión democráticos. Pero esta solución es relativa al caso de una democracia representativa. Porque si se diese el caso de una democracia directa, en la que toda la población fuese responsable inmediata de todas las decisiones, entonces no cabría someter a elección a nadie, puesto que nadie asume la representación política de nadie, y las decisiones las toman siempre los mismos, esto es, todos. Por lo tanto el sistema electoral, en esencia, no corrige el supuesto defecto de error en la determinación de la acción justa o buena. Y si en esencia no lo corrige, entonces su posible utilidad formal, solo aparentemente podrá beneficiar la razón de fondo. Aunque hay que decir que no hay conexión posible entre lo que no dice razón al fondo y lo que dice razón a la forma accidental.

¿Cómo se puede entonces corregir el supuesto del error democrático? La cuestión se orienta desde el mismo planteamiento, que coloca por lo menos dos espacios independientes entre sí: uno el de la toma de decisiones y otro el de lo justo o lo bueno (pues se ha admitido como supuesto, que lo justo o lo bueno, no vienen definidos por la decisión de la mayoría). Se puede usar un ejemplo que ayude: Para el caso personal, uno mismo puede decidir hacer algo, que con independencia de lo que uno piense, puede suponerse que esté bien o mal. Esto es: el sujeto puede cometer error en sus decisiones y creer que hace el bien cuando está haciendo el mal.

¿Y cómo se resuelve en el caso del ejemplo el supuesto del error? ¿Será eficaz la solución que se encontrase en el ejemplo aplicada al caso democrático? Aclaremos qué soluciones funcionan habitualmente en el caso personal. Analicemos dos supuestos: Primero, cuando uno ha elegido hacer algo, creyendo que era bueno, y posteriormente descubre que no era bueno; el segundo, cuando lo descubre porque se lo dicen otros. En el primer caso, el error se corrige por vía de la experiencia; en el segundo caso el error se corrige por vía de la educación. Experiencia y educación serían las soluciones a través de las cuales se corregiría el supuesto error. Para ambas actividades, el paso del tiempo permitirá que se acumule de una y de otra; como consecuencia de lo cual se formará un depósito de conocimiento en el que se pesará cada elección que se tome.

Ahora bien, ¿Cuál es la experiencia del fenómeno democrático y cuál es la educación que le corresponde? La experiencia sería aquello que hace descubrir al cuerpo democrático que algo que ha decidido es injusto o está mal. La educación es cuando cualquier miembro de ese cuerpo o de otros, le descubre el supuesto error. Y también aquí, igual que en el ejemplo dado, tanto la experiencia como la educación se irán acumulando formando un depósito de conocimiento sobre lo que es justo o bueno.

Naturalmente lo anterior solo ha sido un breve ejercicio de silogismos, porque ya desde el principio, el mismo supuesto contiene la respuesta que dice que la democracia no resuelve la duda sobre lo que es justo o bueno, sino que esto es una respuesta que se obtiene fuera de la lógica democrática.

La cuestión que sí sitúa a la democracia en el punto de mira directo, es aquella en la que se dice que lo justo o lo bueno, es lo que la mayoría dice que es. En la próxima ocasión se desarrollará esta opinión.

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