Desérticas fallas

Es necesario precisar correctamente el ámbito de eficacia de las leyes, que regulan los derechos y las obligaciones de las personas. Si no, podemos precipitarnos hacia un mundo de ilusiones alimentado con ristras de normas.

Las grandes proclamaciones de derechos (así se denominan), manejan un discurso de estilo constitutivo. Con esto quiero decir que, el sentido de las frases con las que se construyen esos textos fundamentales, apunta directamente hacia el reconocimiento de situaciones de hecho, y por ello, resulta como si verdaderamente se constituyesen esas situaciones de hecho, y "todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla" (sobre el castellano, artículo 3 de la Constitución Española), o "Los sindicatos de trabajadores y las asociaciones empresariales contribuyen a la defensa y promoción de los intereses económicos y sociales que les son propios" (artículo 7), o "La dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social" (artículo 10.1), o "Toda persona tiene derecho a la libertad y a la seguridad" (artículo 17.1).

Como se comprueba, si un extraterrestre que no conociera nada de lo que aquí se ventila, pero pudiese comprender escritos, tuviera la oportunidad de leer los anteriores fragmentos de la Constitución, se imaginaría un mundo donde los derechos de uso, la promoción de los intereses económicos y sociales, el libre desarrollo de la personalidad, la paz social, la seguridad (incluida la social), existirían en abundancia.

En contra de lo anterior ¿qué decir? Es evidente que la brecha entre esas frases (artículos) y la práctica real, es demasiado grande como para sostener que el estilo empleado en la redacción de estos textos es el adecuado. El problema no solo es que la realidad nada tiene que ver con aquella que se reconoce inmediata y directamente con la lectura de estos artículos, sino que incluso, si se quiere hacerlos valer en los juzgados y tribunales, al amparo de su fuerza legal, su consistencia y eficacia se derraman como la arenilla del desierto entre los dedos.

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