Acuerdo de París

La incertidumbre, por mucho que la física moderna quiera proponerlo como un principio, no resiste frente al principio de verdad. Se podría formular de manera muy sencilla, diciendo que si algo es verdad, no es incierto. De hecho la incertidumbre desde el momento en el que se postula, ya no es un principio de incertidumbre sino de solución.

Lo digo porque si saltamos al campo del medio ambiente, dicho en el sentido climático, la incertidumbre que se tiene sobre las causas que intervienen en sus fenómenos, se dice, y se ha de entender, como término sinónimo de desconocimiento. Ahora bien, una cosa es que se desconozca si el cambio climático depende ciertamente de la emisión de gases de efecto invernadero, y otra cosa es que los excrementos sean un buen alimento para el hombre, o que la higiene sea lo mismo que la suciedad. Una cosa es que las desglaciaciones se hayan producido sin la industria humana, y otra cosa es que la porquería que suelta el hombre se vierta al aire o al agua sin medida.

El equilibrio de la Naturaleza no depende de nosotros, eso es evidente. Pero la cuestión del cuidado del Planeta no tiene nada que ver con el cuidado de la Naturaleza, sino con el cuidado del ser humano. Se pide un Planeta limpio porque quien deja que su casa se ensucie está perdido. La cuestión del cuidado de la Tierra tiene la misma naturaleza que las políticas sociales. Hay gobiernos que explotan a sus pueblos, que los lanzan a guerras de conquista, que los oprimen, y que ensucian el medio ambiente; todos y cada uno de ellos lo hacen a su forma, dentro de sus escalas, y en las proporciones de su poder.

Al fin y al cabo, la suciedad, que como todas esas cosas opinables, es objeto de matices, se manifiesta en la salud de las personas. No es que un árbol sea más limpio que una estatua de piedra blanca, es que los ríos sucios y el aire contaminado perjudican la salud de los que no pisan sobre mármol. ¿Acaso no lo sabemos?

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