Machismo

Durante el siglo XXI, los derechos asociados a la condición femenina y a la minoría de edad, conocerán una primavera histórica y darán a luz grandes beneficios sociales.

La lucha por la igualdad de las mujeres, que en el siglo pasado ha conseguido en Occidente logros revolucionarios, no ha sido sino la expresión más dramática de una dignidad amordazada. Tantas décadas ya, sosteniendo la voz de un derecho a la plena igualdad, han ido reconstruyendo nuestras sociedades sobre los pilares de la integración de la mujer, vista como una naturaleza homo-política homo-social y homo-económica.

Las esenciales transformaciones causadas por las victorias en la lucha de género, se han circunscrito a los países con los ordenamientos jurídicos más modernos, habiendo sido vanguardista entre todos ellos la Unión Soviética, a cuya zaga han avanzado durante gran parte del siglo pasado las democracias de tradición europea. Hoy en día, las diferencias que, en relación con el resto del mundo, presenta en estos países la igualdad de género, están tan polarizadas como aquellas otras que guardan relación con los demás aspectos de las libertades públicas y los derechos fundamentales.

El futuro en Occidente, por tanto, se asienta sobre una doble necesidad: superar las resistencias del antiguo régimen machista, todavía dominante; y funcionar como modelo de integración social para las generaciones globales, venideras en el resto del mundo.

Esta doble necesidad, para ser satisfecha, exige una actividad propia. Tanto en orden al desarrollo de la igualdad de género, como en orden a la configuración del modelo para su óptimo liderazgo mundial.

Respecto de lo primero, se trata de resolver los conflictos que la tradición machista provoca ante la nueva realidad nacida en el siglo pasado. La secular dictadura política de lo masculino frente a lo femenino, prácticamente enterrada mediante el sufragio universal, produjo una pobreza económica de la mujer, y un abismo entre un género y otro respecto de la acumulación de la propiedad y de la riqueza. Esto último, constituye un verdadero nicho del machismo mundial presente. Nunca, los que han creído en la Justicia, han puesto a la riqueza material como su fin; sin embargo, la desposesión económica supone una gran injusticia.

El nuevo conflicto que ha quedado despejado en la lucha por una sociedad sin discriminaciones por razones de sexo, donde la dignidad humana de la mujer sea un principio, no es solo de clase económica. Tantos siglos imponiéndose artificialmente roles y tipos de tareas por razón del género, han conducido la historia por lo que para la mujer moderna podría ser una cueva, en la que los brillos de sus antepasadas han quedado aprisionados. La mujer se encuentra con un pasado escrito y transmitido con discriminación de género. Esta exclusión supone una amputación brutal a la cultura colectiva actual.

Así mismo, el pleno respeto a la identidad femenina, habrá de echar sus raíces en el seno de las relaciones laborales, una vez comenzado ya el camino de la integración laboral de la mujer. También aquí se observa cómo el secular monopolio masculino sobre la propiedad, y en el fondo sobre la emisión de la moneda, ha privado a las mujeres de un reconocimiento salarial a su función productiva doméstica. La norma machista imperante durante tantos siglos por la que la moneda era del César, varón, y a él había que dársela, ha sido absorbida por los sistemas de seguridad social modernos, que todavía se rinden a esa especie de privilegio, y no reconocen valor productivo, monetario, a las tareas domésticas. Esto es solo un aspecto de los derechos en el orden social que la mujer tiene que conquistar. La conciliación, la maternidad, la igualdad efectiva de salarios, la promoción y el ascenso, representan igualmente conflictos abiertos y espacios de construcción de su dignidad de género.

En segundo lugar, la formulación de un modelo cuyos fundamentos sirvan de principios jurídicos para la construcción de ordenamientos constitucionales modernos, supone una ventaja para aquellos países que busquen soluciones en su lucha contra las desigualdades de género. El movimiento por la igualdad de género, debe conectar permanente con un sistema de derechos y mantenerlo en continua adaptación a la realidad social contemporánea, a los demás factores que conforman la historia de los pueblos, y especialmente a las necesidades discretas de su equiparación en la sociedad civil.

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