Destripados

Uno de los mecanismos sociales, -oficial, financiado, dirigido y protegido- de exclusión, es el sistema educativo. A través de esta máquina trituradora pasan casi todas las personas que tienen unos mínimos medios de vida, quedándose el resto en una especie de sala de espera y con una condena bastante pesada: el analfabetismo.

Pero los que tienen la suerte de entrar por el arco del triunfo del proceso educativo académico, sufrirán la más precisa operación de lavado de cerebro que conoce la humanidad; a cambio, solo e inicialmente, podrán aprender a leer y escribir.

El mayor desastre con el que se encuentra un ser humano en la escuela es con el robusto método de clasificar para, por, entre, a, según, aplicados y torpes (y clases derivadas). Este método es inexorable, infalible, persistente y diabólico. Es como una lengua de lava avanzando durante tres o cuatro quinquenios. La fatalidad con la que el etiquetado, de marca sicológica, antropológica, sociológica y vital, sirve a sus fines, es tal que ya muy pocos dudarán nunca de que la inteligencia y la torpeza son términos identificativo, en lugar de un círculo vicioso en el que se pudre el ser humano.





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