Ciudad de Dios

La potestad de la clase política si no proviene de Dios, si proviene entonces del pueblo, quedará al final sujeta a la exclusiva voluntad del gobernante. Porque las leyes, si no son dichas a la orden de un principio único, tendrán tantos, que siempre servirán a cualquier voluntad suficientemente revestida de poder. Por eso, la clase política que gobierna de espaldas a Dios, no es fiable en lo más mínimo: me refiero a lo que es en su sinceridad de criterio.

Cuántos incrédulos se morderán los ojos para no leer, y llamarán a las voces de los pueblos. Cuántos gobernantes destruirán la verdad que los señale. Créanlo, que si no ponen un principio unificador a las leyes, el diablo, que domina el peso de las cosas, mantendrá dividida toda ley hasta que diga sí y no al mismo tiempo ¿no se dice ya al amparo de la ley que las "libertades públicas tienen su límite en el respeto a los derechos y deberes fundamentales"? ¿Según cuál de todos los principios se pone ese límite? Al final, donde debe ser primero uno u otro de los principios, donde se debe decidir por un solo resultado, por el primero, por el que en todo caso es necesario preservar, ¿cuál se coge de tantos que se disponen por la ley? ¿O cuánto gasta en armas de defensa el gobernante para no empeorar la escuela de cuántos pobres? ¿O cuánto gasta en carreteras el gobernante para no dejar sin vivienda pública a cuántos ciudadanos? El diablo sabe dividir hasta el infinito.

Muchos gobernantes querrán simular que miran a Dios y que ordenan los principios que les presentan las leyes, dejando solo uno por encima de todos. Muchos gobernantes se han escondido en la publicidad religiosa. Pero no se conoce religión cuyo principio no sea Dios, y cuya verdad no provenga de Él. Ningún gobernante que mire a Dios, permitirá que se quede un solo niño en la pobreza. Uno solo. Antes, venderá todo lo que tiene…

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