Con y sin condiciones

Lo de las condiciones es un tema de esos que dejan boquiabierto. En primer lugar conviene centrarse en si las condiciones serían las propias de uno o las propias del otro. Porque si son del otro, se puede caer en el terreno de la desigualdad. Por ejemplo, el caso del hermano mayor que le dice al pequeño que debe respetar su condición. Sin más.

Bueno, no se trata ahora de ese tipo de condiciones, sino de las que preceden a todo libre consentimiento. Cosa también admirable. Porque, si el consentimiento es libre ¿cómo condicionarlo? Esta es la cuestión: que la condición de uno es el otro, y que ambos se condicionan mutuamente y que todo acuerdo libre lo es en la medida en la que se apoya en causas condicionantes y condicionadas. Si no, se llama necesidad.

El caso es que ¿cómo hablar sin condiciones? Imposible, claro; o violento, naturalmente. Otra cosa es si no se habla, que en realidad significa que las condiciones son tan poderosas, que empujan hacia la confrontación. Porque, en política, siempre es necesario hablar. Y decidir.

Los medios de masas, que tanto desean el calor del amarillo, se sirven de tropos relacionados con la cultura del circo romano, seguros de nuestras debilidades por observar disputas como espectadores. Sin embargo, todo diálogo tiene delante un motivador bosque de condiciones.





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