Fronteras: una cosa injusta (II)

Pasó de la noche a la mañana. Se había quedado dormido mirando al río descender y, al despertar, doce líneas fronterizas le habían rodeado, le habían cercado doce nuevos llamados países. Y ninguno le había dejado un visado entre las manos. Ahora no podía moverse ni un centímetro: no tenía derecho. Pensó en constituirse en un nuevo Estado ya que él no era como los animales.

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